Hace poco vi una charla TED que me dejó pensando. Johann Hari dice que lo opuesto a la adicción no es la sobriedad… sino la conexión. Y tuvo mucho sentido para mí.
Desde la psicología social estudiamos la Teoría de la enfermedad única, desarrollada por Pichón-Rivière, según la cual el “enfermo” es solo un depositario de su entorno, de sus vínculos. Lejos de ser el débil, es quien puede manifestar la carga familiar para transformar y trascender.
En Biodescodificación el enfoque es el mismo: lo que no se resuelve psicológicamente (emocionalmente) se manifiesta físicamente.
Desde esta perspectiva, queda claro que el problema no es la sustancia, sino el entorno: la jaula que habitamos.
La adicción no como falla individual, sino como síntoma social
Durante años se nos enseñó a ver la adicción como un problema de voluntad, como si la persona adicta simplemente no pudiera controlarse. Pero, ¿qué pasa si no es una debilidad personal, sino una respuesta a un entorno que no habilita el vínculo sano, la conexión?
A principios del siglo pasado se experimentaba con ratas enjauladas: la rata se encontraba sola en una jaula con 2 botellas de agua, una con agua pura y otra con alguna droga (como heroína o cocaína). La rata en este contexto consumía casi exclusivamente agua con morfina hasta morir. Fue en la década del setenta que el investigador Bruce Alexander se dio cuenta de que la rata estaba sola, y decidió realizar el experimento que llamó “Rat Park“, donde las ratas estaban en un entorno enriquecido, con otras ratas, juegos, rica comida y espacio. Las 2 botellas de agua seguían ahí pero, en ese contexto, las ratas dejaban de elegir el agua con droga. Lo único que cambió fue la jaula.
Hoy vivimos rodeados de adicciones “normalizadas”: al celular, a los me gusta, a la comida ultraprocesada, a la inmediatez. Pero ¿cuánto de eso es necesidad real, y cuánto es una forma de tapar un vacío, una desconexión, una soledad estructural?
Vale preguntarse, ¿cómo está mi jaula?
La mirada de la psicología social: el sujeto como emergente del vínculo
Desde la psicología social, entendemos que el sujeto no se forma en el vacío. Es emergente de una trama vincular. Lo que le ocurre, lo que siente, lo que expresa, tiene raíces en su entorno.
Pichón-Rivière hablaba de la “enfermedad única”: no hay enfermedades aisladas, hay procesos donde alguien se convierte en el depositario del malestar grupal. Es decir, quien “enferma” no lo hace en soledad: algo en su entorno también está desbordado, callado o negado.
Entonces, cuando vemos a alguien sumido en una adicción, el foco no debería estar solo en esa persona, sino en el contexto que la rodea. En la jaula que no contiene, que aísla, que también enferma.
Sanar no es “curarse”… es revincularse
Una de las presuposiciones de la PNL (Programación Neurolingüística) dice que “todo lo que hacemos tiene una intención positiva”, y esto no quiere decir que todo lo que hacemos nos hace bien o hace bien a otros (a veces ocurre lo contrario), pero la intención, el para qué lo estoy haciendo, tiene un sentido positivo para mí, y muchas veces es para protegerme de algo.
Entonces la pregunta no es “¿por qué no puedo dejar de consumir o hacer esto?” sino más bien “¿por qué lo necesito, qué emoción estoy intentando tapar?”.
En mis terapias lo veo constantemente, el dolor es con otro; y el amor también. Reparar vínculos, sanar el entorno, desafiar los límites de la jaula es parte de este hermoso proceso llamado vida.
Necesitamos volver a vincularnos: con otros, con nuestro cuerpo, con nuestras emociones, con nuestra historia. Vivimos en una era donde la tecnología nos da una sensación de “falsa cercanía”: parece que estamos más conectados cuando en realidad nos estamos alejando…
Somos seres sociales, somos con el otro, nos guste o no. Y tal vez solo necesitamos más espacios donde volver a sentirnos parte. ¡Y eso también es terapia!
¿Qué opinás vos? ¿La adicción o enfermedad son síntomas de un malestar social o sigue siendo solo un problema del que cae?
Me encantaría leerte 🙏